Para que nuestras comunidades sean de verdad fraternidades evangélicas hemos de intensificar nuestra unión personal con Cristo en el que realmente todos somos Hermanos. Y como la comunidad religiosa nunca está definitivamente realizada, hemos de procurar con gran interés nutrir nuestra vida con la Palabra de Dios, la celebración litúrgica, especialmente de la Eucaristía, y perseverando en la Oración y un mismo espíritu,
(Cfr. Hechos, 2,32 y P.C. Nº 15).